miércoles, 20 de febrero de 2013

La entrevista.

Ramiro Garobaglio hizo el nudo de la corbata con la destreza de un prestidigitador, sin necesidad de mirarse al espejo, con los ojos cerrados. Los abrió despaciosamente, como si tuviese que acostumbrar la vista a los rayos de un sol implacable. Miró su rostro reflejado; la presencia era impecable, con las mejillas bien afeitadas, el cabello en el sitio exacto, ni una mácula asomaba en la ropa ni en el horizonte. Sólo restaba que eso no sucediera.
El recuerdo lo estremeció. Aumentaron sus palpitaciones y un tibio sudor frío se dejó sentir, pero aquietó rápidamente el temor. Eso no tenía porqué suceder ese día, ya que había ido menguando con el tiempo y, quizás, no ocurriría nunca más. 
Como ignoraba cómo era que eso estaba allí, se propuso no pensar en ello; simplemente, debía borrarlo. No sabía si despertaba cada tanto de un largo sueño, o si mudaba de sitio. Era mejor dejarlo así, en la penumbra.
Ramiro había pasado con éxito las entrevistas previas y esta, la última, era la definitoria para obtener el nuevo empleo como gerente en la gran empresa multinacional de sus sueños. Era la cumbre de una carrera para la cual se había entrenado tantos años con afán, dejando de lado la vida privada. ¿Era posible, además, formar una familia o, por lo menos, un noviazgo estando eso siempre acechando? 
Era algo de lo que no había hablado con nadie; sentía que no debía hacerlo. ¿Pensarían que estaba loco? Probablemente las consecuencias fueran peores, porque no sólo eso estaría allí, en el momento menos deseado, sino que además lo recluirían en un pabellón psiquiátrico, medicado. No, no debía contarlo. Se le cruzó la idea, también, de que quizás no fuera el único al que le pasaba eso; tal vez fuera algo tan frecuente que, simplemente, nadie lo comentaba y se podía convivir con ello sin hacerse mayores problemas.
Respiró hondo y salió decidido a conquistar el mundo. Lucía elegante y seguro en su traje oscuro; quería transmitir la actitud del intrépido hombre de empresa que puede afrontar cualquier desafío, capaz de llevar la nave a través de las tormentas a los puertos más prósperos. Su exterior emanaba triunfo, gloria, valor.
Subió a su automóvil y partió hacia la empresa. Al llegar al semáforo, miró su aspecto en el espejo retrovisor. Nada, respiró tranquilo. En voz alta, se dijo a sí mismo que ese sería un día perfecto, el comienzo de una nueva vida.
Para despreocuparse, encendió la radio y se zambulló en la música de moda que pasaban, procurando infundirse ánimo. El ritmo era alegre, jovial; lo interpretó como una señal de que alcanzaría la victoria, la primera de muchas.
Estacionó el automóvil cerca de la empresa y caminó resuelto, dejándose envolver por la tibieza del sol. Sintió su caricia en el rostro, el acompañamiento de la naturaleza, la conquista al alcance de la mano.
Se presentó ante la secretaria y lo invitaron a subir el ascensor hasta el piso 15, donde se hallaba la oficina del CEO, el máximo representante de la empresa en el país. Ramiro se sabía importante. Echó una mirada a un gran espejo en el lobby de entrada: todo estaba en orden.
“Soy un ganador”, pensó Ramiro Garobaglio, mientras ascendía. Lo repitió internamente una y otra vez, porque estaba convencido de que su pensamiento era el creador de la realidad. En el decimoquinto piso, caminó con paso firme a la oficina del CEO, en donde se presentó desplegando su personalidad, sin arrollar ni recular. Él era Ramiro Garobaglio, una presencia inconfundible, un líder nato.
Una secretaria lo acompañó a la sala de audiencia en donde sería entrevistado por última vez por el CEO, el máximo responsable de la empresa en el país. Ya había saltado todas las vallas, esta era la última y lo haría con la misma agilidad de siempre. Sereno, confiado, atento, alerta, seguro.
Tomó asiento, dejó el curriculum vitae impreso delante de él en la mesa y, con cautela, pasó sus manos por las orejas. Sintió un ligero temblor en esa operación. Nada; respiró tranquilo. El universo estaba en su sitio.
De improviso, entró el CEO como un ciclón. Le estrechó la mano mirándolo directamente a los ojos. Sabía que en los primeros diez segundos se definiría todo, tal como lo había en un conocido libro sobre entrevistas laborales. Ramiro tuvo pleno dominio de sí mismo.
El CEO tomó asiento e invitó a que Ramiro hiciera lo propio. 
-Su curriculum es impecable, -dijo el CEO, sin vueltas. –Es usted el hombre perfecto para ser nuestro nuevo gerente, y eso me preocupa.
-¿Por qué habría de preocuparle? –preguntó Ramiro, sin mostrar desánimo. –Soy el hombre que la empresa está necesitando.
-De otro modo, no hubiera llegado a esta instancia, -aseguró el CEO. –Sólo quiero conocer cuáles son sus debilidades, y aquí –dijo, blandiendo el CV impreso- no están. ¿Cuáles son, quién es usted? ¿Cuándo desfallecerá? ¿Cómo nos fallará? ¿Cuál es su miedo más profundo, el que lo aterra? ¿Quizás estar en una habitación solo, a oscuras? ¿Lo persigue algún monstruo de la niñez, o una experiencia que ha sabido ocultar hasta que el día menos pensado, presionado por las tempestades a las que nos vemos sometidos todos los días en esta empresa, explote? Necesito saberlo, usted tiene una falla y quiero conocerla.
Ramiro lo miró con fijeza, manteniendo su estado de ánimo imperturbable. Ambos permanecieron cruzándose las miradas por un largo rato, en silencio, hasta que el CEO retomó la palabra.
-Admito que usted tiene un poderoso dominio de sí mismo. En otras entrevistas, a esta altura, muchos se han deshecho en llanto o se desmayaron. Pero usted no, permanece impasible, con ánimo guerrero sin mover un solo músculo. No ha sudado ni pestañeado, no ha movido sus pupilas ni un milímetro. Sus cejas quedaron inmóviles. Las manos están tranquilas, secas. Conozco al ser humano, puedo hacer una radiografía con sólo mirarlo, escudriñando los lugares más ocultos de su personalidad. Soy un scanner infalible y usted ha pasado la prueba. Bienvenido a la empresa. 
El CEO se puso de pie y lo mismo hizo Ramiro, y ambos estrecharon sus manos, sonrientes. 
Repentinamente, los ojos del CEO se desorbitaron. Ramiro lo supo, eso estaba ocurriendo. 
-¿Qué es eso? –preguntó el CEO, retirándole la mano con repugnancia. -¿Qué es eso? –insistió, señalando con el dedo acusador.
Ramiro se tocó la oreja derecha; sí, eso estaba ocurriendo. De ella salía, tímidamente, un pompón de pelos. El CEO, horrorizado, se puso tras el sillón, tomando distancia. 
-¿Qué clase de broma es esta? ¡Usted está completamente loco, desquiciado! ¡Está despedido! –gritó el CEO, enajenado.
-Eso es imposible, -respondió Ramiro, calmo, -porque todavía no estoy contratado. Además, no sé a qué se refiere.
-¡A eso! ¡Eso que le sale por la oreja! ¿Qué son esos pelos asquerosos?
Ramiro se tocó la oreja, y el pompón se alargó hasta ser una cola peluda que se balanceaba de un lado al otro.
-Es tan sólo eso, nada más, no veo porqué deba preocuparse, -respondió Ramiro Garobaglio. 
-¡Ah, esto es demasiado, fuera de aquí! –gritó el CEO, escondiéndose tras el sillón.
Ramiro se tocó la oreja izquierda, por la que estaba saliendo la cabeza de una ardilla. El animalillo fue sacando sus bracitos, asiéndose a los pliegues de la oreja, mostrando parte de su cuerpo. 
-Desconozco qué clase de CEO es usted, que no puede administrar una crisis con calma. Un capitán que arroja los remos en medio de un simple chubasco. Mmmm… -dijo Ramiro en tono burlón, acariciando la larga cola que brotaba de su oído derecho. 
-¡Llamaré a seguridad para que lo echen de aquí, loco de remate! –gritó el CEO, tanteando un teléfono que cayó al suelo. El CEO se agachó y Ramiro, con presteza, puso un pie sobre la mano, impidiéndole tomar el aparato.
-Usted no llamará a nadie, -dijo con voz baja y segura.
La ardilla salió de la cabeza de Ramiro y tomó asiento sobre su cabello, limpiándose el hocico con sus pequeñas manos. Tras esa operación, miró fijamente al CEO que estaba tembloroso, acuclillado con la mano apresada bajo el pie del entrevistado.
-Firme el contrato, -dijo Ramiro, -y lo dejaré en libertad. Prométame que firmará mi contratación, soy el hombre perfecto para este empleo. A cambio, no le contaré a nadie de esta falla intolerable de su frágil personalidad. En verdad, me asombra que usted sea el CEO, no lo veo a la altura del desafío.
El CEO asintió, gimiendo; Ramiro levantó el pie que oprimía la mano. Tras incorporarse con lentitud, el CEO tomó carrera hacia la puerta pero Ramiro lo interceptó con su cuerpo, apoyándose en la salida. 
-Usted no tiene palabra, -dijo Ramiro, empujándolo con fuerza -me está enfadando. 
Con su mano derecha acarició a la ardilla. Su pelo era mullido y suave. 
-A él, -ordenó Ramiro al roedor. 
La ardilla saltó al rostro del CEO, mientras Ramiro lo tomó del cuello con firmeza, ahogándolo e impidiéndole gritar. El CEO boqueaba, sin poder respirar, mientras el roedor se desplazaba por su cara hasta llegar a la oreja izquierda. Con sus pequeñas manos la abrió y se introdujo ruidosamente, cayendo el CEO al suelo, desvanecido. Ramiro lo contempló unos minutos, allí, tirado sobre la alfombra. Se le acercó y le hizo con la mano una mueca burlona en la nariz. Se levantó, acomodó su saco y, tras beber un vaso de agua, se retiró de la sala de audiencia.
Al salir, saludó con cortesía a la secretaria.
Caminó con tranquilidad por el pasillo y descendió por el ascensor. Tras saludar a la secretaria de la entrada y al guardia, salió del edificio con aire satisfecho. Estaba profundamente convencido de que había dejado una impresión indeleble en el CEO y que, al día siguiente, lo llamarían para darle la buena nueva de la contratación. 
Se dejó abrazar, gozoso, por la danza del astro rey y la naturaleza, por Eolo y Helios, por los dioses desconocidos y el sabor de una victoria justamente alcanzada. Se sintió pleno, su espíritu se expandía más allá de los límites imaginables; era poderoso, eterno, invencible.
Se tomó el resto del día para descansar, porque ya pronto habría de comenzar una nueva era de ajetreo y labor intensa. Al promediar la tarde, mientras jugaba al golf en el club, recibió un llamado al teléfono celular. Era uno de los gerentes de la empresa, confirmándole su contratación.
-Muchas gracias, -respondió Ramiro al gerente que lo llamó. 
-Fue la última decisión que tomó el CEO antes de renunciar esta mañana, -dijo el gerente, -¿le comentó durante la entrevista sobre el inesperado retiro?
-No, absolutamente nada, me sorprende usted, -dijo Ramiro. –Formaremos un gran equipo de trabajo, esa renuncia es una llovizna que no afectará el buen rumbo de la nave. 
-Sí, tiene usted razón. Me alegrará verlo mañana. Hasta luego. 
Ramiro Garobaglio miró el teléfono celular con extrañeza, se encogió de hombros y siguió con el juego, golpeando la pelota al hoyo con precisión.

© Ricardo López Göttig, 2012


1 comentario:

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